jueves, septiembre 25, 2008

RELATOS

SÍNCOPE
Lilia Hernández Vergara Está pálida –pensaba – las luces tenues iluminaban su rostro. - Se ve tan bella aun en el ocaso-, entonces un aroma a flores lo inquietó. Destilaba en la habitación una mezcla entre perfume y aroma de las rosas recién cortadas del jardín que le impedían inhalar el aire fresco de la tarde. Volvió a mirarla, le parecía que respiraba. Se quedó contemplándola mientras el sol afuera se apagaba tras unas nubes vestidas del rojo del ocaso y de un gris de alma enlutada.
Ya no lloraba, estaba seco como un viejo árbol de otoño, aunque en su alma quedaba la hojarasca mojada. Todo pasó tan rápido. Se quedó solo, con ella. La observaba. Impávida. La besó y sintió la última humedad que se esfumaba de su cuerpo que ya comenzaba a helarse. Una lágrima rodó por su rostro lívido, sólo él pudo verla, cristalina rodaba y caía. Se acercó estaba seguro que en su rostro rodaba una lágrima, veía sus ojos cerrados y parecían húmedos. Cuántas veces sintieron el rocío mojando sus rostros en las madrugadas cuando ocultos tras los árboles debían amarse.
Lo miraba, tantas añoranzas la embargaron que no pudo contener una lágrima y sintió un leve calor en su mejilla. Esperó. La lágrima rodó y cayó al suelo pudo oír su caída en la fría baldosa, como aquella noche escarchada en que debían olvidarse en un adiós eterno. – No podemos seguir juntos – le había dicho con los ojos llenos de amor y de olvido – cada día se hace más difícil. Y se alejaba haciendo crujir la escarcha con sus pesadas botas mientras la dejaba sola, y ella ahí parada en el frío se quedo mirándolo. Hoy estaba ahí con ella; pese a ello ¡qué lejano le parecía su rostro!, ¡qué vacío le hacía sentir su mirada!
Su cuerpo velado, cubierto con una sábana. No había nadie en aquella habitación. La atmósfera que producía el humo de los inciensos lo ahogaba y salió; afuera la niebla lo envolvía todo, miró la noche, no conciliaba el sueño y encendió un cigarrillo que le alumbró el rostro descompuesto, pero nadie se fijaba en él, ella sí, lo miraba, al menos eso creía, percibía; los demás estaban adentro, enfrascados en su propio dolor, no sabían; de pronto sintió un roce en su mano, era una brisa fría que le susurraba algo extraño.
Caminaba entre aquella gente como ida de su lázaro cuerpo, de vez en cuando un suspiro – lejano – se le oía. Lo buscó, consideró inconcebible que volviera a dejarla sola, sentía que la oscura noche ya comenzaba a pesarle en el cuerpo. Ahí estaba, fumando un cigarrillo como cada vez que algo le inquietaba, qué extraños recuerdos le afligían esta noche, tan bella a pesar del entorno fúnebre que se respiraba en aquella casa. Por qué la gente no la advertía. Se quedó observándolo, y de pronto la agonía se apoderó de su pecho henchido, sentía que no la veía, tal vez no quería que los descubrieran juntos, había tanta gente y no entendía qué pasaba. Parecía solo en el infinito y con la mirada serena, ella lo conocía bien y sabía que ocultaba su angustia, fumaba un cigarrillo y el humo se mezclaba con el vaho helado de la noche. Lo extrañaba, tantas veces fue su abrigo y su mano, su mano, intentó tocarla, qué lejos parecía todo; sin embargo algo remeció el minúsculo espacio donde se encontraba, un presentimiento y desazón se apoderó de su ser, intentó hablarle y él no la escuchaba, el vacío de su soledad la embargó absolutamente y entonces se volvió un ser totalmente perceptible.
Abrió los ojos, oscuridad, aislamiento. Dónde estaba, acaso era verdad, ahora entendía tantas cosas. Pero qué tarde se daba cuenta del motivo del adiós, ya nada podía hacer estaba sola y nadie la oiría. Afuera un murmullo imitaba una oración; no lograba elucidar lo que ocurría, qué calor la consumía. Intentó moverse y sólo logró un suave roce con la seda que la enfundaba entera, de nuevo procuró moverse – en vano – su cuerpo no respondía a su súplica mental. Extenuada se desvaneció sin consuelo. Nadie siquiera escuchó.
Oía sus latidos, el rumor de la seda le golpeaba las sienes. Como un enajenado intentó suspender su partida, pero sus amigos lo contuvieron – debes resignarte – déjala partir - Abrumado y confundido contemplaba la urna que seguía borrándose en la tierra.
ANTOLOGÍA NUEVA LITERATURA ARGENTINA 2006
EDITORIAL DE LOS CUATRO VIENTOS ISBN 987-564-519-2
Registro de Propiedad Intelectual N° 509734
Concurso "Ecos Sureños", Caleta Olivia, Santa cruz, Argentina

www.http://bibliotecaesperanza.gov.ar/ficha.php?idMaterial=55441
http://pequenasygrandesletras.blogspot.com/2008/11/sncope.html


HACIA LA ARCADIA

Lilia Hernández Vergara
Es curioso este deseo de recuperar el tiempo pasado, pensaba – hace un tiempo sólo meditaba; ya no hablaba; un silbido nasal aparecía entre palabra y palabra y no me atrevía a pronunciar nada – entretanto conducía por la sima de la cordillera hacia arriba, por un angosto pasadizo. Lo cierto es que no era un intento científico; sino más bien una pregunta intuitiva e intrigante que me surgía hace algún tiempo, acerca de si la humanidad – mamíferos que se diferencian de los demás primates por tener pies y manos bien diferenciados - fue siempre igual.

En tanto la naturaleza apenas daba muestras de su descontento, empezaba a llover y sabía que cada gota podía ser fruto de nuestra irracionalidad. En qué momento despertó la tierra, nuestra casa: cuando dejó de sentir aquella atracción con la energía solar, dejó también de ser sustanciosa sólo por falta de energías calóricas; en ese momento tal vez comenzó a alimentarse de descargas histéricas y sentimentales de animales y seres que obran como autómatas - dicen llamarse humanos, pero en realidad son mediadores o mediatores entre el bien y el mal – y así, él dio inicio a su evolución hacia la adquisición de poder. Entonces se desataron grandes epidemias imperialistas, quién iba a imaginar que descubrimientos que vieron luz sólo por una benéfica finalidad se desatarían en contra de los antropoides, con cráneo voluminoso, gran desarrollo mental y facultad de hablar. Sabrían los esposos Curie que el polonio o la radiación – que tanto bien haría para combatir el cáncer – serían la fuente de energía nuclear y de la bomba atómica o en qué manos pararían.

Bajo un puente consumado en lágrimas. Suenan sirenas en el aire y como joven voluntario con sólo un ideal en la mente, por la raza inmejorable y la poli - religión, me levanté lidiando con posturas xenófobas. En nombre de Dios peleé en la cruenta guerra y aprisa apreté el detonador. Veinte, diez, miles de imágenes me asaltaban. Niños llorando, mujeres usurpadas por sus amantes, mis ojos nublados, desorbitados por los gases. Y fui quedando ciego bajo el holocausto, luego lejana vislumbraba la luz que alimentaba mi espíritu.

Llovía torrencialmente, llevaba la calefacción encendida para que no se empañara el vidrio y me quité el gabán. De tiempo en tiempo miraba mi rostro en el retrovisor, hace unos días que, extrañamente, mis cabellos se habían emblanquecido y mi barba crecía blanquecina. Ya iba en la segunda galería subiendo hacia la sierra y la inquietud me carcomía el alma. En qué momento el género humano comenzó a evolucionar para mostrarnos la fuerza del progreso, cuál sería mi siguiente misión. Iría a Egipto a buscar un nuevo hallazgo, un aerolito que despertara la polémica de la potencial vida fuera de este planeta – ¿existente desde cuándo? Peregrino en mi terruño me sentía. Ya no podía seguir en vehículo; los montes me cerraban el viaje. - Buscaré refugio hasta que termine la tormenta y seguiré mi rumbo a pie, ese es mi destino - me decía a mí mismo. Vi un resplandor a lo lejos y me dirigí hacia él. Éste se alejaba cada vez que me acercaba.

Y tarde, mal y en vano seguía caminando y aunque trataba de seguir la ruta que me indicaba aquel faro, el roquerío que me rodeaba y la tempestad desconocían mis huellas. Comencé a correr y me detuve agitado, con la respiración entrecortada por esos molestos silbidos nasales que empezaban a ser más constantes como si necesitara balitar a los cuatro vientos lo que sentía. Sabía que allá abajo la tierra se defendía del progreso. Aquellas primeras apariciones de una posible manifestación de crecimiento, desarrollo o reproducción en el exterior de ella; hicieron que el benefactor de los animales saciara su incertidumbre.

Después que terminó la guerra, me seleccionaron y conforme con años de prueba, era el elegido junto a otros dos compañeros para viajar a la luna. La posibilidad de encontrar vestigios de actividad orgánica aparte de la infinidad viviente de nuestro sólido territorio - el planeta ha existido desde que Andrómeda o Messier hiciera patente que no éramos la única nebulosa o galaxia en el Universo - quizás esta incertidumbre embargó al común de los mortales cuando Schuwarzschild o Hawking teorizaran “los agujeros de gusano”, (la verdad desde siempre) acaso pensando en lo que sucedería, si destruimos ésta, viviremos en aquel cuerpo celeste, claro está sólo los escogidos. Prontamente, los científicos han investigado la forma de conocer la genética humana que les permita crear un ente puro, conservando y protegiendo este espécimen; pretexto para acreditar - en el más remoto de los supuestos - que es el más inteligente.

Buscaba un alienígena que me dijera cómo preservar la “aparente especie”. Suspendido en el espacio, sin gravitaciones, indagaba incesante. Me hubiera quedado allá de no ser porque debía cumplir una misión internacional. Y lo encontré, era un ser enjuto por el hambre, con ojeras por el cansancio, que me atisbaba con desprecio por el vidrio del casco que en la absoluta oscuridad se volvía un espejo. Sin embargo; volví con las muestras de la probabilidad; posibilidades siempre hay y por qué no si están en todas partes.

Este trozo de roca que se desprendió de la tierra, hija de poetas y profetas, no me aconsejaba ni guiaba como otras veces. Oculta la luna, también se defendía de nosotros. Era otro destello el que perseguía y con un Hacha iba surcando el camino oscuro, pero la niebla no me permitía avanzar y el viento torrentoso arreciaba vigoroso. De pronto, ágil como el viento, embestí la pira con la testa, me toqué la cabeza por si me había dañado y noté que me crecían dos protuberancias que la hacían más fuerte, tantas veces arremetí que caí abruptamente al suelo, exhausto, mirando hacia arriba, pendían copos de la nevisca que en seguida se deslizaban por mi rostro. Al día siguiente desperté, sepultado en cristales de nieve – sabía que era otro día no por un haz de sol; sino sólo por mi intuición -, me levanté, encogido por el frío.

Examinaba fuera de mí una respuesta que tendría sólo con analizar aquel desestatismo colectivo y acelerado en que vivíamos, aquel que llamamos progreso y que sólo producía desequilibrio en la capa de ozono. Nuestro agónico mantillo se remecía, protegiéndose de genes nuevos y externos que venían a prolongarnos. Tremere. Y cada placa en movimiento temblaba y rilaba cada partícula nuestra. Parado en el risco, veía como caían rocas con el temblor. Ecuánime. Observé mis pies, tenía patas de macho cabrío. No me molestó – puedo escalar mejor - meditaba y rumiabaa y esto me alentó a seguir mi búsqueda circular. Cabriolando subía, sabiendo que abajo la tierra se resolvía contra cada creatura suya hasta volverla un estiércol color ocre, podía oler el hedor ardiente – percibía olores nuevos como el de mi celo o el de la hierba mojada – y podía sentir los gemidos de algún espécimen evolutivo.

No era un exterminio; más bien se trataba de un dictamen colectivo. Sí, porque el Homo sapiens sentenció que utilizando los avances científicos podía superar todos sus déficit y, llegar al cenit del proceso. Desde ahí, casi en la cima de la cordillera podía veer el polvo suspendido. Tal vez estábamos estabilizados. Corría cada vez más rápido - para no perpetuarme con aquella especie abandonada - como Fauno subía en forma circular hacia la cumbre blanca... blanca...

Antes de entrar en aquella clara sala, debíamos quedar libres de gérmenes y colocarnos unos trajes antisépticos. Así podríamos ser parte del gran descubrimiento del Siglo. Necesitaban no sólo de mi experiencia de observador para lograr un avance en la clonación humana; sino también de mi cuerpo para experimentar. Ahora, soy un ser híbrido; no me siento una abeerración por que voy en busca de la Arcadia que aunque lejana, me espera.
(Registro de Propiedad Intelectual N° 509734)
"XII Certamen Nacional de Poesía y Narrativa Breve- Letras Argentinas de Hoy 2005"
Antología II Letras Argentinas de Hoy 2005. EDITORIAL DE LOS CUATRO VIENTOS -
(ISBN 987-564-356-4)